Elvia Ardalani: De Cruz y Media Luna
Por
Enrique Viloria Vera
Publicado en el sitio web del Círculo de Escritores de Venezuela
Junio 1 de 2012
“Alegre y consternada / abierta a la pared de las memorias /de una especie brutal / me reproduzco.”
Los términos cruz y media luna sugieren enfrentamiento, pugna, tensión, guerra:
traen a la memoria los atávicos conflictos que han caracterizado la historia
desde los tiempos ancestrales, y que aún hoy, incomprensiblemente, conmueven al
mundo contemporáneo. Rememoran la sangrienta conquista de Jerusalén por unos cruzados
cristianos amparados por la Cruz (Dios lo quiere) y las batallas del sultán Saladino que propiciaron la
recuperación de la Ciudad Santa para júbilo de los seguidores de la Media Luna.
Sugieren el denodado esfuerzo de los panaderos vieneses para darle forma al
croissant y comerse figuradamente a la Media Luna que flameaba desafiante en
los lábaros de Solimán el Magnifico en su asedio a Viena. Evocan la Batalla de
Lepanto donde los barcos de la Cristiandad, comandados por Juan de Austria,
derrotaron a los bajeles otomanos del Islam, liderados por Alí Bajá, para
expulsar definitivamente al turco del Mediterráneo y devolverle la tranquilidad
al Papa Pío V, a Felipe II y a los demás aliados de la Liga Santa. No me atrevo
a comentar los más recientes y cruentos acontecimientos en los que la Cruz y la
Media Luna se han enfrentado de nuevo para confirmar que el hombre está hecho
para la guerra y no para la paz.
Afortunadamente, este no es el caso del poemario De Cruz y Media
Luna, Claves Latinoamericanas, Edición bilingüe, México, 2006, en el que Elvia
Ardalani (Hermosa Matamoros, 1963) resuelve los conflictos inveterados, las
pugnas milenarias, las luchas fraticidas; amparada por los versos de Jalal –e –
Din Molana Rumi, la poeta expresa su pacifica y amorosa intención poética: “Los
amantes tienen una fe propia. Su sólo credo es el
amor”.Y es que esta poesía sincrética, mestiza, hibrida, conciliatoria viene del amor y a él
se debe. La poeta – profesora también de Lenguas Modernas de la Universidad de
Texas – Pan American – desposó un kurdo iraní de Kuymars por nombre, con quien
ha procreado tres hijos: Arz, Shwan y Horam. Muy tempranamente la rapsoda
aprendió que no había casado sólo un cuerpo diferente sino también una cultura,
una religión, una familia de otro cuño y naturaleza. Sin ambages, Ardalani,
amorosa, admite: “Camino con tus pies, / reconociendo en cada callejón, la
última piedra. / No me avergüenzan nada mis zapatos sumisos / que te siguen por
la escarpada ruta de la infancia / ni mi torpeza para vestir el velo (…) Camino
con tus pies / porque no tengo más camino que el tuyo / más jornada que ésta de
callejuelas intrincadas, / de casas labradas en la arena / y mujeres que asoman
para vernos pasar / mientras andamos con tus pies desolados, / y las manos
unidas, buscando los restos / de tu padre”.
El poemario de marras es un permanente y sentido canto a un amor que tiene
dimensiones diferentes y complementarias: es una trova al amor colateral
expresado en ardientes y eróticos versos que la amante dedica extasiada a “un
compañero en la luz, compañero en la sombra” que súbito arribó desde el Oriente
persa para colocar entre sus piernas “la espada de esmeraldas / que matará el
dragón” y liberada de prejuicios y amenazas transportar , así como se tratara de
un cuento de las Mil y una noches, a la amada – a su Sherezade tropical – a las
arenas enredadas por el viento, “a la selva que nos guarda / de la muerte
insalvable / el indómito espacio temporal / que nos ata”. Elvia sucumbe sin
defensas ante el embate apasionado, ante la cimitarra desconocida, pero
bienvenida, que desgarra ansias y humedece tempranera la arcilla de cuerpos sin
apremios. Confiesa sin ambages la poeta que: “somos dos mudos ciegos / dos
sílabas unidas / en mí trenzas tu vientre / en ti trenzo el infinito / el grito
de mi boca mordida / que te llama / para mi noche sólo / tu noche oscura y vasta
/ para mi noche sólo / tu jungla amanecida”.
Amores plurales y sin contradicción son traducidos también en versos de tolerancia y
esperanza. Libre de ataduras devotas e inquisitoriales, la poeta emprende el
rumbo de lo ignoto para construir inéditos viables, novedades posibles.
Sacudida por lo no visto, pero ahora conocido, interiorizado y comprendido, la
poeta visita realidades propias y recuerdos ajenos: los padres de su esposo,
sus suegros lejanos pero próximos, son rememorados para hacerse presencia en
una poesía que anula distancias y diferencias.
Habib, el también abuelo, perseguido por comunista, oculto de la aterradora policía
política en un sótano inhóspito, es evocado en su vida y en su muerte, Elvia
escribe: “Te imagino, Habib, / te imagino pensando en tus nietos, / maderos de
una cruz desconocida , leche clara / de tu alta media luna, / y les escribes, /
les mandas una carta que nunca llegará / cuando tu no estés, / cuando hayas
huido al fin por la ventana de tu cuarto / subterráneo / para dejarnos sólo la
imagen de tu mundo escondido, / abuelo, / babá bozorgh, / te
imaginamos”. Y esa muerte única es paradójicamente doble, porque el hijo desconsolado,
el esposo desolado, el padre acongojado, muere también con el progenitor lejano, con el
patriarca que salió de la oscuridad para morir a la luz del día; la poeta lo
retrata en sus afueras y en sus adentros: “Con tu camisa negra, con tus miedos,
/ arrepentido de ser cuando él ya no es, / con los ojos ceñidos por círculos
morados, / con tu sueño de niño atosigándote y quizá/ algún monólogo continuo
permutando vigilias, / te preguntas entonces como viven / los huérfanos”.
Arababé, la madre, la esposa, la abuela, la suegra, es también objeto de versos que
hablan de ternura y de libertad; rememora la poeta sus piadosos rezos en la
mezquita:“limpias sus manos y sus pies, / contrito el rostro”; hablándole a su
otra madre, a la otra abuela, la materna, “verbal, impredecible, emocional”, la
poeta mexicana concluye: “entonces el recuerdo me devuelve a arababé, /
cantando en su lengua de hielo / y el olor a madera / a quién sabe que cárcel /
se desprende”.
Pero son esos juramentos indelebles – sus hijos – aquellos que como girasoles brotaron
de un mar desconocido para hacer árbol fecundo a sus huracanadas entrañas –
sedientas de nuevas luces y clarores , alimentados todos espléndidamente por el
pan del vientre de la escritora – los que concitan sus más sentidos versos de
amor, paz y reconciliación. La poeta los sabe mestizos en sangre y en cultura,
para ellos escribe este poemainsigne, que le da título al libro, digno de estar
en cualquier antología de poemas por la tolerancia, de versos para la
concordia. Disfrutémoslo pacíficamente en toda su cadencia y
extensión:
De cruz y media luna
te forjamos la sangre
en una noche oscura,
ancestral y
callada,
donde el amor perdió la pista de la historia.
Nos amamos sin miedo,
sin culpas de otros siglos.
Cerramos la ciudad.
El portón cobrizo del deseo
nos protegió los nombres.
Le amé como una hambrienta,
me amó como un sediento.
Aprendí que en él podía ser otra,
aprendió que en mí
podía ser otro.
Depositamos la semilla sagrada
en el azul violáceo de mi
vientre y esperamos en paz.
La noche del eclipse brotaste como el fuego.
Los pájaros callaron.
Él y yo nos miramos.
Hundimos los reproches de mil generaciones
en el dátil oscuro de tus ojos, en ti,
recién llegado.
Yo coloqué la cruz
que llevas en el pecho.
Él te puso en las manos
la media luna blanca.
Y para que no quede ninguna duda de la vocación ecuménica de su poesía, del sustrato
conciliatorio de sus versos, del contenido tolerante de sus más íntimas
palabras, la poeta madre – regalándole su lengua – le comunica al hijo de dos
razas, religiones y culturas, el de la Cruz y la Media Luna:
Tu padre
te enseñará a rezar
inclinando la frente sobre el suelo
sencillo y limpio
de una alfombra.
Hacia el este tu cara infantil
intacta de nostalgias.
Te habré enseñado yo a arrodillarte
y a cruzar por tu rostro la señal de otra
fe.
Quizás un día te venga bien
recostar tu rostro adolorido sobre el
suelo y repetir un Padre Nuestro
o arrodillarte en una iglesia y cantarle
a Dios el Misericordioso, el Compasivo.
Se vale rezar en cualquier lengua
o no rezar.
La oración eres
tú.
Por
Enrique Viloria Vera
Publicado en el sitio web del Círculo de Escritores de Venezuela
Junio 1 de 2012
“Alegre y consternada / abierta a la pared de las memorias /de una especie brutal / me reproduzco.”
Los términos cruz y media luna sugieren enfrentamiento, pugna, tensión, guerra:
traen a la memoria los atávicos conflictos que han caracterizado la historia
desde los tiempos ancestrales, y que aún hoy, incomprensiblemente, conmueven al
mundo contemporáneo. Rememoran la sangrienta conquista de Jerusalén por unos cruzados
cristianos amparados por la Cruz (Dios lo quiere) y las batallas del sultán Saladino que propiciaron la
recuperación de la Ciudad Santa para júbilo de los seguidores de la Media Luna.
Sugieren el denodado esfuerzo de los panaderos vieneses para darle forma al
croissant y comerse figuradamente a la Media Luna que flameaba desafiante en
los lábaros de Solimán el Magnifico en su asedio a Viena. Evocan la Batalla de
Lepanto donde los barcos de la Cristiandad, comandados por Juan de Austria,
derrotaron a los bajeles otomanos del Islam, liderados por Alí Bajá, para
expulsar definitivamente al turco del Mediterráneo y devolverle la tranquilidad
al Papa Pío V, a Felipe II y a los demás aliados de la Liga Santa. No me atrevo
a comentar los más recientes y cruentos acontecimientos en los que la Cruz y la
Media Luna se han enfrentado de nuevo para confirmar que el hombre está hecho
para la guerra y no para la paz.
Afortunadamente, este no es el caso del poemario De Cruz y Media
Luna, Claves Latinoamericanas, Edición bilingüe, México, 2006, en el que Elvia
Ardalani (Hermosa Matamoros, 1963) resuelve los conflictos inveterados, las
pugnas milenarias, las luchas fraticidas; amparada por los versos de Jalal –e –
Din Molana Rumi, la poeta expresa su pacifica y amorosa intención poética: “Los
amantes tienen una fe propia. Su sólo credo es el
amor”.Y es que esta poesía sincrética, mestiza, hibrida, conciliatoria viene del amor y a él
se debe. La poeta – profesora también de Lenguas Modernas de la Universidad de
Texas – Pan American – desposó un kurdo iraní de Kuymars por nombre, con quien
ha procreado tres hijos: Arz, Shwan y Horam. Muy tempranamente la rapsoda
aprendió que no había casado sólo un cuerpo diferente sino también una cultura,
una religión, una familia de otro cuño y naturaleza. Sin ambages, Ardalani,
amorosa, admite: “Camino con tus pies, / reconociendo en cada callejón, la
última piedra. / No me avergüenzan nada mis zapatos sumisos / que te siguen por
la escarpada ruta de la infancia / ni mi torpeza para vestir el velo (…) Camino
con tus pies / porque no tengo más camino que el tuyo / más jornada que ésta de
callejuelas intrincadas, / de casas labradas en la arena / y mujeres que asoman
para vernos pasar / mientras andamos con tus pies desolados, / y las manos
unidas, buscando los restos / de tu padre”.
El poemario de marras es un permanente y sentido canto a un amor que tiene
dimensiones diferentes y complementarias: es una trova al amor colateral
expresado en ardientes y eróticos versos que la amante dedica extasiada a “un
compañero en la luz, compañero en la sombra” que súbito arribó desde el Oriente
persa para colocar entre sus piernas “la espada de esmeraldas / que matará el
dragón” y liberada de prejuicios y amenazas transportar , así como se tratara de
un cuento de las Mil y una noches, a la amada – a su Sherezade tropical – a las
arenas enredadas por el viento, “a la selva que nos guarda / de la muerte
insalvable / el indómito espacio temporal / que nos ata”. Elvia sucumbe sin
defensas ante el embate apasionado, ante la cimitarra desconocida, pero
bienvenida, que desgarra ansias y humedece tempranera la arcilla de cuerpos sin
apremios. Confiesa sin ambages la poeta que: “somos dos mudos ciegos / dos
sílabas unidas / en mí trenzas tu vientre / en ti trenzo el infinito / el grito
de mi boca mordida / que te llama / para mi noche sólo / tu noche oscura y vasta
/ para mi noche sólo / tu jungla amanecida”.
Amores plurales y sin contradicción son traducidos también en versos de tolerancia y
esperanza. Libre de ataduras devotas e inquisitoriales, la poeta emprende el
rumbo de lo ignoto para construir inéditos viables, novedades posibles.
Sacudida por lo no visto, pero ahora conocido, interiorizado y comprendido, la
poeta visita realidades propias y recuerdos ajenos: los padres de su esposo,
sus suegros lejanos pero próximos, son rememorados para hacerse presencia en
una poesía que anula distancias y diferencias.
Habib, el también abuelo, perseguido por comunista, oculto de la aterradora policía
política en un sótano inhóspito, es evocado en su vida y en su muerte, Elvia
escribe: “Te imagino, Habib, / te imagino pensando en tus nietos, / maderos de
una cruz desconocida , leche clara / de tu alta media luna, / y les escribes, /
les mandas una carta que nunca llegará / cuando tu no estés, / cuando hayas
huido al fin por la ventana de tu cuarto / subterráneo / para dejarnos sólo la
imagen de tu mundo escondido, / abuelo, / babá bozorgh, / te
imaginamos”. Y esa muerte única es paradójicamente doble, porque el hijo desconsolado,
el esposo desolado, el padre acongojado, muere también con el progenitor lejano, con el
patriarca que salió de la oscuridad para morir a la luz del día; la poeta lo
retrata en sus afueras y en sus adentros: “Con tu camisa negra, con tus miedos,
/ arrepentido de ser cuando él ya no es, / con los ojos ceñidos por círculos
morados, / con tu sueño de niño atosigándote y quizá/ algún monólogo continuo
permutando vigilias, / te preguntas entonces como viven / los huérfanos”.
Arababé, la madre, la esposa, la abuela, la suegra, es también objeto de versos que
hablan de ternura y de libertad; rememora la poeta sus piadosos rezos en la
mezquita:“limpias sus manos y sus pies, / contrito el rostro”; hablándole a su
otra madre, a la otra abuela, la materna, “verbal, impredecible, emocional”, la
poeta mexicana concluye: “entonces el recuerdo me devuelve a arababé, /
cantando en su lengua de hielo / y el olor a madera / a quién sabe que cárcel /
se desprende”.
Pero son esos juramentos indelebles – sus hijos – aquellos que como girasoles brotaron
de un mar desconocido para hacer árbol fecundo a sus huracanadas entrañas –
sedientas de nuevas luces y clarores , alimentados todos espléndidamente por el
pan del vientre de la escritora – los que concitan sus más sentidos versos de
amor, paz y reconciliación. La poeta los sabe mestizos en sangre y en cultura,
para ellos escribe este poemainsigne, que le da título al libro, digno de estar
en cualquier antología de poemas por la tolerancia, de versos para la
concordia. Disfrutémoslo pacíficamente en toda su cadencia y
extensión:
De cruz y media luna
te forjamos la sangre
en una noche oscura,
ancestral y
callada,
donde el amor perdió la pista de la historia.
Nos amamos sin miedo,
sin culpas de otros siglos.
Cerramos la ciudad.
El portón cobrizo del deseo
nos protegió los nombres.
Le amé como una hambrienta,
me amó como un sediento.
Aprendí que en él podía ser otra,
aprendió que en mí
podía ser otro.
Depositamos la semilla sagrada
en el azul violáceo de mi
vientre y esperamos en paz.
La noche del eclipse brotaste como el fuego.
Los pájaros callaron.
Él y yo nos miramos.
Hundimos los reproches de mil generaciones
en el dátil oscuro de tus ojos, en ti,
recién llegado.
Yo coloqué la cruz
que llevas en el pecho.
Él te puso en las manos
la media luna blanca.
Y para que no quede ninguna duda de la vocación ecuménica de su poesía, del sustrato
conciliatorio de sus versos, del contenido tolerante de sus más íntimas
palabras, la poeta madre – regalándole su lengua – le comunica al hijo de dos
razas, religiones y culturas, el de la Cruz y la Media Luna:
Tu padre
te enseñará a rezar
inclinando la frente sobre el suelo
sencillo y limpio
de una alfombra.
Hacia el este tu cara infantil
intacta de nostalgias.
Te habré enseñado yo a arrodillarte
y a cruzar por tu rostro la señal de otra
fe.
Quizás un día te venga bien
recostar tu rostro adolorido sobre el
suelo y repetir un Padre Nuestro
o arrodillarte en una iglesia y cantarle
a Dios el Misericordioso, el Compasivo.
Se vale rezar en cualquier lengua
o no rezar.
La oración eres
tú.