A diferencia del cuento, y a semejanza del teatro, a la novela la hacen los personajes. Del interés que provoquen en nosotros, los lectores, por su profundidad y empatía, nos quedamos con la novela que leemos, la olvidamos, o simplemente la abandonamos a medio camino. La novela que en esta ocasión nos ocupa, El sótano del caracol, y cuya autora es la poeta, académica, traductora y editora tamaulipeca radicada en Texas Elvia Ardalani, está editada por el sello español Literarte. La historia se desarrolla en Morostán, pequeño pueblo fronterizo con los Estados Unidos, y que bien podría tratarse de Matamoros, de donde es la autora. Y es narrada por Asunción, una niña de seis años, en una especie de monólogo dual; es decir, en un diálogo con la mujer afectivamente más cercana a ella, Evangelina; con el fantasma de Evangelina. Hija sin padre, del que no tiene ningún dato, del que nadie le enseña algún retrato o le comenta algo, Asunción busca y encuentra en Evangelina el afecto que su madre no le ha dado y en el dentista la imagen del padre ausente. Evangelina es como una hermana mayor; con ella tiene una relación como sólo puede tenerse con una hermana. Con el dentista su relación no es de pares, sino del afecto entre un padre y un hijo, pero de ambos aprende lo valioso de la poesía, cuya lectura es una manera de estar acompañada. Y en la lectura de poesía la presencia de Miguel Hernández, éste se va convirtiendo en un personaje cada vez más real; hasta hacerse un amigo a la distancia. En el contexto revolucionario que va desde las batallas entre villistas y carrancistas hasta el cardenismo, que se conecta directamente con la guerra civil española, los personajes son víctimas de sus circunstancias; de los prejuicios sociales: en el entorno hipócrita de una provincia recatada donde las murmuraciones están en los labios de todos: aunque de familia pudiente, Luz María, la madre de Asunción, no faltará en las conversaciones de sobremesa; lo mismo Evangelina, por su unión libre con el coronel. Por razones distintas, el dentista también formará parte de las murmuraciones debido a su condición política de “rojo”, tanto en su participación con la República en la Guerra Civil española y, por lo mismo, con el Cardenismo. Por si fuera poco, en su juventud se involucró sentimentalmente con una joven maestra, dando como fruto un embarazo fuera del matrimonio. Por la gran diferencia de clases sociales entre ambos, la relación no podría legitimarse. Para no dar lugar a dudas, el padre de ella le mandó dar una paliza que casi lo mata. La pequeña Asunción busca respuestas, incluso en el sótano prohibido, que es como un sueño, con sus cucarachas voladoras y sus errantes caracoles; bajar al sótano es como buscar en el subconsciente los secretos prohibidos. Los personajes masculinos son el complemento en esta historia de tres mujeres, cuyas vidas no se explicarían sin la presencia de los hombres: Asunción va sustituyendo al padre sin rostro por el cariñoso y paternal dentista; por su parte, Luz María tiene dos opciones: casarse por compromiso con el empresario César Garza, o responder al amor incondicional de Manuel, el dentista; a su vez, la personalidad de Evangelina toma forma gracias a su relación sentimental con el coronel Sebastián Fuentes. Gracias al magnífico, profundo, verosímil trabajo que Elvia Ardalani hizo de los personajes, podemos llegar a amar a algunos de ellos, no sólo a Asunción, sino también a la costurera Evangelina, a Manuel Gracia, el dentista, al coronel Sebastián Fuentes, o nos hace sentir simplemente simpatía, como la madre Bianchi, la abuela y Leodegario, o a sentir repulsión, por ejemplo, por César Garza, a quien sin embargo lo entendemos perfectamente: solterón y vulgar hombre de negocios, difícilmente podríamos ver en él a un refinado lector de poesía y de buenos sentimientos. Empero, también le teme a la soledad: más que buscar el amor, busca una mejer que lo acompañe en su vejez, pues su única compañía es su perro. La novela es rica en finos matices. Ejemplo de ello son los cortejos del dentista hacia la madre de Asunción, que va avanzando a pasos de gato, con mucho tacto. En contraste, el cortejo del coronel Fuentes es de golpe; apasionado, directo; es un militar y no tiene tiempo (por la guerra) ni miedo (al qué dirán). Los pasajes que la autora nos da del enamoramiento del coronel y de Evangelina, son de una exquisita poesía narrativa. Pongo un fragmento que sirva como ejemplo: Caminaron unos metros y él sugirió quitarse los zapatos para sentir la frescura del suelo. Rápidos, como niños traviesos, se des- calzaron los pies. Tomados de la mano se alejaron hasta que el campo les humedeció las plantas de los pies. El coronel tomó un poco de tierra y te la puso en la frente, en señal de la cruz, y sin dar explicaciones te colocó una poca más en los dedos. –Ahora tú. Sin preguntar el significado de aquel ritual extraño, obedeciste. –Ya somos hombre y mujer, Evangelina. Por siempre y para siempre. Y no supiste si fueron besos o gaviotas los que te empapa- ron el rostro de esperanza (¿cómo se mide el amor, Evangelina, cómo?). En verdad, felicito a Elvia Ardalani por haber escrito esta obra que en ningún momento pierde interés, que no tiene desperdicio alguno, con una prosa impecable, rigurosa, ágil. Ojalá se difunda ampliamente en España, México, Estados Unidos y, en general, en todo el mundo hispanohablante. Héctor Carreto, Ciudad de México, invierno de 2019
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